Prefacio

Escribir la tesis es una de esas cosas que una hace una sola vez en la vida. Otras cosas uni-ocasionales se le hacen a una, sin comerlo ni beberlo, como nacer o morir. De hecho no se me ocurren muchas más cosas fruto de la voluntad que no se repetirán (el eterno no retorno), tal vez el parto de un hijo único o la boda con la media naranja. En cualquier caso, un poco del uno y del otro ejemplo tiene escribir la tesis. De lo primero, porque escribir la tesis es una catarsis. Uno se explaya, se desaloja, se vacía todo lo que puede y ``pare'' un monstruo de 200 hojas, que posiblemente solo le parezca absolutamente maravilloso a una (de ahí la similitud con el ejemplo segundo). Incluso cuando siempre una tenderá a creer que pudo hacer más y mejor, el amor de un doctorando por su tesis recién parida es súbito. Después de los sudores del parto, e incluso en los casos desafortunados en los que se reniega del contenido (¿por qué no?, se ha dado más de un caso), la visión primera de esas verdades tan bien encuadernadas nos llena de gozo. Con este texto, mato dos pájaros de un tiro y ya solo me queda plantar un árbol.

Mi tesis comenzó a gestarse allá en la adolescencia, cuando el gusto por las matemáticas tomó un tinte personal: las matemáticas y yo. Cierta Rosa me enseñó a deshojar las funciones y ya no pude quitarme desde entonces. Ahí empezé a divertirme de una manera muy especial, distinta a otras que competían. Tan distinta que ganó por pura curiosidad de ver si esa emoción indescriptible, ansiosa, que me invadía al ir desentrañando los misterios de los numeros complejos o las exponenciales, sería más intenso según se fueran complicando los problemas. Y no puedo negar que, a ratos, como todo, en la carrera que elegí he podido sentir esa emoción, ese hilo motivador de mi vida, y ese sentimiento de saturación de belleza abstracta (sin aplicación) que lo envuelve todo en un instante de comprensión profunda. Gracias a ese hilo mágico, que me conecta con la imagen de mí misma que siempre proyecté, de la que a veces dudé y a la que siempre volví, estoy aquí hoy, luchando por darle vida esta carne de mi carne a las 4 y cuarto de la mañana.

Y no se trató nunca de la Física, ni de la Ciencia (ni de otras grandes cosas con mayúsculas), ni siquiera de la admiración por los grandes científicos o los grandes proyectos. Siempre se trató de algo íntimo, raramente compartible, como una tarde a la soledad de mi mesa con un problema o una ecuación. Pido nada más que eso, pero eso cada día. Siendo yo poco (o tan) exigente, no siempre ha sido fácil...

No siempre ha sido fácil seguirle la pista al hilo adorado. Durante mucho tiempo pareció haberme abandonado. Las pasiones, incluso las cotidianas, a veces se nos rebelan y no hay que culparse. Como una espectadora, me veía extraña, actuando por costumbre donde siempre me guió el instinto. Capacidad, voluntad, futuro, fueron palabras que durante ese tiempo se me escapaban. No hay que menospreciar la crisis del doctorando, es toda una institución mental: la carcel de las ilusiones perdidas. Casi no valió la pena seguir en los momentos más duros de estos cuatro años y medio. Pero, como en toda historia con final feliz, lo humano se impone sobre los constructos, el cariño sobre las apariencias y la fé nos devuelve a la lucha, ciega a toda evidencia que vaticine derrota. Cuando tanta gente en la que tú crees (ver los Agradecimientos) cree en ti, tienes dudas de tus dudas. Y eso te puede salvar. A mí me salvó, al margen de que decidiera no abandonar la tesis.

Con todo, es un largo camino el que me ha traído hasta aquí. La tesis es una etapa, para los que nos damos a la vida académica, como el colegio, el instituto, la carrera. El eslabón más duro que no te asegura el cielo pero te da cierta altura. Es duro porque estás a solas con la ignorancia, por primera vez, sin red ni armas. Ya no te puedes esconder en los libros manoseados y los ejercicios mil veces repetidos por generaciones. Ya no puedes correr al sabio profesor para que corrija tus torpezas. Los sabios cercanos ya no existen mientras que los sabios lejanos e inaccesibles se multiplican. Los problemas más minúsculos, tan minúsculos que al principio te dan risa (¡¡¿diagonalizar una matriz?!!), te ponen constantemente en evidencia frente a un público mundial que te ignora por defecto. Ya no te codeas con las grandes teorías de la humanidad cada día, pero cualquier integral del camino amenaza con no tener solución, y eso te paraliza. ¡Qué absurdo desamparo!

Como si se tratara de una teoría que ya no aplica y empieza a dar divergencias, la tesis te obliga a cambiar de modelo. Hay que decidir (sin pararse a pensar) que todo el mundo empieza a andar con los pañales, a pasos ridículos y titubeantes. Solo hace falta que te den la mano para no caer y para comprobar que también son numerosos los titubeos de los otros. La felicidad mayor de doctorando es la del niño, poder jugar sin miedo, sin nisiquiera concebir la idea de aquivocarse. Los errores no existen. Claro. Lo único que debe quitarme el sueño es no tener suficiente madeja para mi hilo. Solo cuando abracé en plenitud esta idea, solo cuando los sabios abstractos cayerón de su pedestal lejano, pude volver a subirles a uno más cercano y verdadero, más a mi altura, recién conquistada por decisión propia. Y las cosas parecen tranquilizarse. Nada es tan fácil como me atormentaba pensando ni tan difícil como acabé creyendo. Solo tuve que empezar a andar.

Es andando que me cruzé con la gente. Al final siempre se trata de la gente. ``Que la ciencia nos haga más humanos'' decía aquella, pero primero tenemos que hacer nosotros a la ciencia completamente humana. Ponerle caras, gestos, miedos e ilusiones. Despojarnos de las excusas y las causas serias para poder hacer cosas interesantes en serio. Disfrutar con la física requiere que nunca se ponga por encima de nadie ni sea lo más importante o algo sagrado. La física ha de ser algo plástico, modelable, que no se escandaliza ni sabe de apariencias y subterfugios. Un refugio para la humanidad de sus subjetividades, donde lo que es verdadero y de calidad lleva la batuta. Lejos de los tópicos, creo que prefiero el cálido baremo de la lógica al frío critero de los intereses personales. Sí, sé que esa ciencia, concebida con los ideales con la que mi padres me llenaban la cabeza de pequeña, no existe, pero me gusta pensar que es a la que aspiramos.

Elena del Valle ©2009-2010-2011-2012.